Dejé, por tenerla, mis selvas íntimas, mi arboleda malgastada, los perros que velaban mis noches, los años esenciales que ya rozaban la estación última.
Dejé un estremecimiento antiguo, una convulsión, una fosforescencia de fuegos que nunca aprendieron a apagarse. Dejé mi noche en los ojos incrédulos y sangrantes del adiós. Dejé pichones tristes junto a un río sin nombre, potrillos inmóviles sobre la arena luminosa, dejé el olor del lago; dejé, sobre todo, verla.
Dejé, por tenerla, todo lo que alguna vez me perteneció.
Que la existencia —esta sombra de existencia— me devuelva, al menos, una porción del dolor que dejé ofrendado para seguir vivo.
Todo empezó un día, como empiezan las condenas. Elegí el desvarío de crecer, la ficción de ser adulto, la vana ambición de convertirme en alguien a quien ya no le dijeran simplemente “qué lindo nene”. La empresa no fue ardua; diría que se consumó con una facilidad casi indecente.
Decidí leer.
Corrí a la vieja biblioteca, esa montaña de polvo y vigilias. El olor me recibió como una criatura que despierta después de siglos. Tras el mostrador vetusto, un hombre de gesto adusto —bibliotecario, dijo ser— me interrogó con voz cortante, como si supiera de antemano mi destino.
Pedí La Divina Comedia.
Tres volúmenes cayeron sobre la madera. Me senté en un rincón deslucido y empecé. Y al avanzar letra tras letra, algo se quebró en mí con la exactitud de un designio.
Fui adulto.
No crecí: fui parido adulto.
Moriré adulto.
Un adulto de escasa estatura y años mezquinos, pero condenado a navegar esta comedia a la que, por costumbre o ironía, llaman vida.
“Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se llega al lugar en donde moran los que no tienen salvación…”
«Por mí se va a la ciudad del llanto, por mí se va al eterno dolor…Oh vosotros que entráis, abandonad toda esperanza».
Y mientras las palabras de Dante se abrían como un abismo, comprendí que esa inscripción podía pertencerle, también, a la vida.
A esta vida —si vida es— que me eligió para entrar, sin esperanza, en su oscuro vestíbulo.
Fernando Guerra
20 11 2025