Ella vivía con sus padres en una gran ciudad. Cansada de tanto bullicio y corridas, pensó en mudarse a un pueblo pequeño.
Sin mediar consulta, visitó el lugar un par de veces, consiguió un trabajo y comunicó su decisión.
Aunque tenían sus diferencias, formaban una familia muy unida, sobre todo por el afecto, y la noticia los tomó por sorpresa.
A pesar de la tristeza, acompañaron ese día a su hija, conocieron su nuevo lugar, y después de ayudarla a acomodar sus cosas regresaron a la capital.
Estaba feliz, aunque el desarraigo fue muy difícil.
Un pedacito de su corazón fue reemplazado por el que dejaron sus padres y el suyo volvió con ellos a casa.
Los primeros días los extrañó más de lo que había considerado posible, y era mutuo. Por eso estaba muy agradecida por su acompañamiento, la visitaban cada dos o tres semanas, supliendo las suyas ya que, al principio, eran pocos sus recursos disponibles.
Con el tiempo, también ellos se afincaron en Provenza, hermoso pueblo cerca del mar.
Nivia estaba muy contenta y los visitaba casi a diario, aunque sólo fuera para saludarlos.
Cuando su papá falleció, ella se quedó con su mamá; y cuando ésta enfermó, también la acompañó todo el tiempo en la clínica.
Allí conoció a Carlos, que también estaba internado por una cirugía. Conversaba con él de vez en cuando hasta que, a los pocos días, falleció su mamá y Nivia volvió a su casa y perdió contacto. Había quedado sola otra vez.
Estaba triste y pidió unos días de vacaciones, con la esperanza de superar esos momentos.
Armó con cierta dificultad una carpa en la playa, que era bastante solitaria, y allí se instaló intentando en procesar su duelo en silencio.
El día estaba muy caluroso y fue a nadar. Al rato, tomó consciencia de que se había alejado bastante de la playa y estaba cansada.
El mar estaba muy sereno, hizo una plancha de cara al sol y cerró los ojos para disfrutarlo. Su cuerpo, en un sanador estado de relajación, parecía más liviano…
Con un impulso de renovada energía, nadó de regreso a la playa y descansó un momento recostándose en la arena fresca.
Estaba feliz, casi recuperada.
Pasó el resto del día en su reposera leyendo un libro; y respirando el atardecer, contempló un rojo sol que descendía lentamente en el horizonte.
La suave brisa marina le regaló, esa noche, un sueño reparador.
Al día siguiente desarmó la carpa y volvió a su casa.
Todo le parecía ordenado, limpio, casi luminoso.
El lunes retomó sus tareas habituales.
Hasta las personas en la oficina, donde fue muy bien recibida, le parecían diferentes.
Terminada su jornada y a la salida, volvió a sorprenderse gratamente; estaba allí parado frente a ella, como esperándola.
—¿Cómo estás? —dijo él con una cálida sonrisa.
Y revivió en ella esa sensación de algo pendiente, algo por decir.
—¡Hola Carlos, qué gusto verte!!
Caminaron hasta su casa, todo en Provenza era relativamente cerca. Lo invitó a pasar.
El resto de la tarde transcurrió entre el mate y la charla.
Ella no escatimó en detalles sobre lo vivido después de darle un último abrazo a su mamá.
Mas advirtió el escueto relato de Carlos, especialmente cuando le preguntó por su internación y contestó como eligiendo las palabras, le refirió que se había complicado un poco pero el resultado había sido favorable.
Nivia le comentó su observación y él le confesó sus dudas en cuanto a cómo expresar lo que tenía que decirle.
Ella se inclinó hacia adelante con una sonrisa confiada e inquisidora, obviando el gesto serio y hasta preocupado de Carlos, quien comenzó diciendo:
—Conocí a tu mamá y me pidió que te acompañara y me asegurara de que estuvieras bien.
A Nivia se le había borrado la sonrisa, estaba confundida, y con una extraña calma se acomodó en el sillón y guardó silencio, necesitaba escuchar el resto del relato, que incentivaba su curiosidad con cada palabra.
Entonces prosiguió diciendo:
—Estuve ahí cuando decidiste tomarte unos días…
…traté de atajar el viento que te dificultaba armar la carpa…
…te sostuve cuando te abandonaron las fuerzas…
…y en tu último aliento, te empujé hacia la playa.
Ella permanecía inmóvil, como detenida en el tiempo para procesar lo que acababa de escuchar.
Con asombro preguntó:
—¿Para qué te lo pidió a vos?
Y él respondió, ahora aliviado y en calma:
—Para que pudiera sortear un último obstáculo en mi vida.
Nivia sintió paz. Comprendió todo.
Él le extendió su mano, ella la tomó, y cerrando la puerta se encaminaron juntos hacia La Playa.
Miriam Venezia
18/11/2025