EL INVESTIGADOR DE LA MÁSCARA DE PLATA EN...
En versos narra Tsoreto su misión sumergida
La mañana se ponía
arrancando el Sol naciente
del lugar donde dormía
pa que la Tierra caliente.
De las afueras venido
se hacía llegar un cable
a aquella Comisaría
y con eso comenzaría
una misión reconfortable
pa el pez desprevenido.
Es que más valía ser pez
que policía bien habido,
pues tal era el embrollo
en el que estaban metidos
que sin un buen traje de buzo
no sortearían el escollo.
Y allí asomó Tsoreto
tras la gruesa y vieja puerta;
traía con sigo la mágnum,
el piloto azul,
con birome atada la libreta
e infaltable como a la mujer la teta
en su rostro bien calzada
la ya sabemos qué,
brillante, misteriosa y plateada.
Pérez dijo –Buen día-
y respondiole Tsoreto:
usando de parapeto
a un Principal que salía
logró el ángulo correcto,
echó un gas con energía
y silbole así su propio –Buen día-.
El resto no saludó
temiendo tal respuesta.
Atendieron a la Sargento
que estaba descompuesta
y dejaron paso a quien,
valeroso como siempre,
hacía del pedo ballesta
y del eructo un huracán.
Lo recibió el Comisario
en la propia oficina;
tenía escritorio lustroso
estadística en cartulina
mapas con puntos rojos
y unas hojas de ligustrina.
-¿Para qué quiere la planta?-
preguntó ansioso Tsoreto.
La contesta no tardó
aclarando la misión:
esos bichos bien verdosos
no nadaban bajo el agua,
pese a ello
han encontrado
- le explicaba el Comisario -
unas cuantas ligustrinas
en el fondo de un acuario.
Un muchacho
de unos veinte
fue arrancado de la vida;
con algún arma escondida
le clavaron por el torso
y lo mandaron bien al fondo
ahorcado con ligustrinas.
-¡Vaya caso,
pobre pibe!
dígame quien lo ha matado;
yo lo busco y lo apachurro
y con saña me aseguro
de que quede tras las rejas.
-Pues no sé de quien se trata-
aclarole el Comisario,
en la causa hay más misterios
aún por develar,
el acuario es natural
forma parte del océano,
queda al borde de una costa
y mucha gente lo visita.
Por la noche dan funciones,
de mañana y por la tarde,
mas usted irá de espía;
preséntese como buzo
que no lo tomen por intruso
ni los guías
ni los tiburones.
-¿Hay tiburones?-
inquietose el detective;
-esos dientes tan filosos
cual ensartada de arpones
habrán asustado al pobre mozo
cuando le dieron declive.-
-Sólo escualos pequeños-
aseguró el Comisario
mientras tapaba la foto
propaganda del acuario
que mostraba a lugareños
alimentando con pedazos
a los pequeños escualos:
ocho tiburonazos.
Tsoreto no temía,
la justicia el impartía
fuera en el agua o en la calle,
es imposible que se halle
a más valiente policía.
Armó entonces la valija
con los bártulos prolijos,
guardó el traje de neopreno
y sus dos patas de rana
partiría hacia la costa
en esa misma mañana.
Viajó y viajó
conduciendo el patrullero
Silvina Pérez a su lado
ya no portaba la máscara
Tsoreto estaba limpio
y le brillaba la cáscara.
Al llegar los recibieron
oficiales de la zona
se veían complacidos
con la grata presencia,
la Sargento con vehemencia
saludó a los concurridos
mas Iemepé sin paciencia
con mirada picarona
chistó a Silvina y se alejaron
descuidando la concurrencia.
Tsoreto había observado
que en la entrada del acuario
unas chicas recibían
a cada recién llegado
le daban un folletín
y convidándole alegría
adornábanle el cogote
con collar de ligustrina.
No informaba más la pista
que tenía el Comisario:
el difunto de visita
estaría en el acuario
mientras le dieron pasaje
pa debajo del herbario.
Solicitó pues la lista
de nombres ingresados.
La gente y los empleados
estaban interesados
viendo a aquel policía
con el semblante enchapado.
Chismeaban que se trataba
de una nueva atracción,
querían ver en acción
a ese bravo del misterio.
En el día del suceso
desdichado de por cierto
figuraba por la noche
la entrada el’pobre muerto.
Tsoreto buscó a la mama
y la encontró compungida
lloraba por su mocoso
que veinte pirulos tenía.
Venciendo aquel dolor
contole al policía
los estudios de su nene
y que linda esposa tenía.
-Que era casado no sabía-
se asombró el detective.
-¿Dónde vive la nuera
o la viuda diría?-
Anotó la dirección
y con franca compasión
saludó a aquella mujer;
era muy duro perder
sea cual fuese la ocasión
al niño que ha de tener
más vida que la propia.
Con Silvina se presentó
en el hogar del ahogado.
La mujer los recibió
con desgano maltratado;
no amaba los uniformes
y los dejó poco conformes.
Iniciaron tal sospecha
de que estuviera implicada
buscaron entre los nombres
y a la viuda encontraron;
-El difunto no fue solo-
confirmó la Sargento
-Están los dos anotados
el día del homicidio
por el fondo del listado
que nos dieron en el acuario.
Volvieron al domicilio
y la llevaron esposada,
tratábase de indagar
y la sospecha confirmar.
Al fin se halló respuesta:
con ligustrina una ensalada
debería comerse cruda
porque la malvada viuda
sí que estaba involucrada.
Abandonando el acuario sola
no había avisado nada,
dejaba a los tiburones
su marido como carnada.
Confesó al fin la despechada
atravesada de nervios,
mostró a Tsoreto la espada
-Se la enterré por el medio-
dijo perdida de celos
-Me engañaba con Remedios,
mujerzuela de medio pelo.
Amiga mía era también
compañera del colegio.
Si fuese a imaginar que regio
desenlace le esperaba
hubiera evitado el sacrilegio
y ahora yo estaría casada.-
Una vez despachao esto
la hembra quedó callada
como si miedo tuviese
o quizá la lengua cortada.
Tenía a la asesina,
al móvil y la insensata
importancia e’la ligustrina,
pero quedaba más allí
por descubrir bajo el agua,
así que Tsoreto calzose
el material engomado
asió un cuchillo largo
y entró en el agua a nado.
Peleó con unas algas
que lo habían enganchado,
después con diez pirañas
y al final con tiburones.
Ninguno tuvo el agrado
ni de rasparle los calzones
el detective salió ileso
y las olas quedaron marrones.
Abrioles en riña la panza
con su grandeza y templanza
les quitó unos tantos huesos
y usándolos de gomera
con la lengua de un escualo
rescató a la compañera.
Estaba bien masticada
y un tanto bien disuelta;
lo que sacó eran pedazos
de la otra asesinada,
tenía la espada clavada
en un trozo medio grande;
el pez la tenía tragada
mas por la hoja enganchada
le quedó por adelante.
Con los cachos que se extrajo
Iemepé reconstruyó
el cuerpo de la difunta.
La viuda estaba loca
y en el juicio nada habló
había perdido el idioma
o le fallaba la boca.
La sentencia no esperó
a escuchar ninguna queja
y muy pronto tras las rejas
a la homicida encerró.
La costa quedó desierta
y el acuario se fundió
tras conocer lo ocurrido
nadie más allí acudió.
Guirnaldas de ligustrina
les sobraron a montones.
Para juntar unos pesos
las unieron con harina
e hicieron en la cocina
pancitos a la marina.
Tsoreto y Silvina Pérez
manejaron de vuelta a casa.
Los recibió el Comisario
intercambiaron palmadas
y agradecioles haber resuelto
los asesinatos del acuario.
Los tres tomaron el mate
y comieron pancitos verdes
se sacudieron la mofa
y salieron a andar en yate.
No los acompañó el detective
que a los mareos era proclive,
él disfrutaba con el roce
de sus suelas contra el piso.
En tierra firme quedose
custodiando con pericia,
porque de eso, al fin, se trata:
el Investigador de la Máscara de Plata
continuará haciendo justicia.