Hay un ojo que no duerme,
un oído sin forma,
una piel que roza lo que no existe.
Es la imaginación —
ese animal que habita en la penumbra
y respira lo invisible:
que las guerras se callan,
que el hombre olvida cómo esclavizar,
que el hambre no existe
porque el pan se comparte
como el sol.
Se imagina
un mundo limpio,
seguro,
donde los niños juegan
sin miedo,
y los viejos ríen
como si el tiempo fuera un amigo.
Que el amor no se compra,
que la tierra respira,
que el cuerpo no se usa
sino se honra.
Imaginar
que hay un sexto sentido,
más fiel que los otros,
más libre que la vista,
más profundo que el tacto.
Con él leemos los gestos del viento,
desciframos los rostros en los espejos,
y sentimos la tristeza
de una piedra quieta.
No es locura.
Es memoria del alma,
que aún recuerda
que una vez supimos volar,
cuando el amor era llama,
y el cuerpo, alas.
Porque imaginar
es recordar lo que el alma
nunca quiso olvidar.
—L.T.
11/19/2025