Puede que alguna vez haya querido lanzar tu nombre al viento como una maldición,
pero nunca fue eso lo que mi pecho deseó.
También quise que la tierra te tragara,
aunque, si lo hubiera hecho, habría hundido mis manos para sacarte de ahí.
Y mirame: yo, apática, desatinada,
con el cigarrillo en la banqueta y el dedo en alto para quien critique,
terminé pretendiendo cuidar de ti.
Jamás imaginé —ni en mis horas más rotas—
que esta alma descarriada terminaría pidiéndole al cielo por vos y los tuyos…
por tu camino.
Solté los pájaros y me quedé sin alas,
solo para verlos volar libres por vos.
Y vos, terco como el viento, fuiste detrás de ellos.
Y yo, que tantas veces huí de todo,
me encuentro frente a alguien tan parecido a mí:
incapaz de quedarse, siempre buscándose.
¿Qué más decirte?
Viví, sé libre y sorprendete de sentir todo lo que no quisiste sentir acá.
La libertad es el regalo más preciado para quien ama,
y quien ata termina siempre atándose las propias manos para no vivir.
No pretenderé convencerte de que la cura está en mis manos;
no es así.
La cura está en el aire, en aquello que uno decide seguir.