Tu voz roza la orilla de mi sueño
y el aire huele a pétalos mojados;
la tarde, en su vaivén calmo y pequeño,
susurra en mí secretos resguardados.
El viento se desliza por tu pelo,
trayendo un hilo dulce de canela;
mi pecho, cuando encuentro tu desvelo,
se abre en la tibieza que me entregas.
Tus latidos se enredan con mi calma,
y una luz se derrama cuando llegas;
tu risa, suavemente, toca el alma
y aquieta las preguntas que me dejas.
Tus manos, dulce excusa para amarte,
encienden en mi piel un fuego leve;
mi sombra se hace larga por tocarte
igual que un soplo tenue cuando llueve.
El mundo se acomoda si me miras,
renace la frescura en mis sentidos;
y todo lo que tocas, cuando giras,
despierta en mí latidos encendidos.