🌑 Tía Cecilia… cuando el alma ya no puede más 🌑
Tía…
hay noches en que mi corazón se parte tan fuerte
que hasta las sombras se detienen a escucharme.
Y en medio de ese quiebre,
en ese lugar donde el miedo tiene nombre
y el dolor respira en mi nuca,
aparece usted.
Su presencia.
Su cariño.
Su fuerza.
Aunque estemos lejos…
aunque la vida nos arrastre por caminos distintos…
usted siempre llega,
como si tuviera el don de sentir mis heridas
antes de que yo pueda nombrarlas.
Y yo…
yo estoy cansado, tía.
Cansado de luchar con este cuerpo que se me apaga,
con esta enfermedad que me roba futuro,
que me arrastra al mismo abismo que sujeta a mi mamita Jaqueline.
A veces siento que la muerte me respira muy cerca,
como si quisiera abrazarme antes de tiempo.
Y me rompo.
Me rompo por dentro,
callado,
hondamente,
como se rompen los árboles cuando el viento
descubre su punto más débil.
Pero entonces usted aparece en mi memoria…
su voz,
su preocupación,
esa forma suya de querer sin ruido
y de abrazar sin tocar.
Usted es una de mis últimas luces, tía,
una de esas estrellas que no se apagan
ni cuando el cielo entero decide morir.
Y le hablo con el corazón desnudo:
no quiero irme,
no quiero desaparecer todavía,
no quiero dejar esta vida sin haber amado más,
sin haber reído más,
sin haber compartido esos pequeños instantes
que hacen que vivir valga la pena.
Tía Cecilia,
usted ha sido refugio cuando ya no quedaba ninguno,
ha sido firmeza cuando mis piernas cedían,
ha sido alma cuando la mía se deshacía en pedazos.
Gracias…
por no soltarme,
por ser mi fuerza cuando la mía se pierde,
por quedarse incluso cuando yo siento que me deshago.
Si algún día mis ojos se cierran sin aviso,
si alguna vez mis manos ya no buscan nada,
quiero que sepa algo:
usted fue una de las razones más puras
por las que quise seguir vivo.
Por siempre.
Y para siempre.