Amor legendario…
tu nombre aún se queda impreso entre las calles.
Ayer, el viejo de las flores me preguntó por ti,
como si el tiempo mismo se negara a olvidarte,
como si hasta las personas
fueran cómplices de tu memoria.
Entre todo lo que fui
y todo lo que aún soy,
tu anhelo sigue vivo, presente,
latente en cada rincón de mi alma.
Eres ese amor inmenso
que se quedó impregnado en las aceras de la vida,
en mis pasos,
en mi historia,
en mi piel.
Vives desde afuera, es cierto,
pero por dentro sigues siendo
sentimiento magnífico,
suspiro madrugador,
rayo de sol
que ilumina incluso lo que no digo.
Estás en cada toque,
en cada gesto,
en todo lo que soy.
Naciste el día menos esperado
y te convertiste en uno de mis mayores vicios.
En una necesidad sutil, profunda,
que se esconde entre mis cosas,
que me recuerda
cuándo amé la vida con más fuerza:
cuando fuiste tú mi cielo,
mi horizonte,
mi universo.
Eres magia ancestral,
una eternidad que nunca pasó del todo,
un antes y un después que marcó mi destino
y aún deja huella
en cada uno de mis pasos.
Tu amor sigue tatuado
en la historia viva
de lo que un día abrazamos.
Eres esa memoria que no se va,
ese suspiro que todavía me une a ti,
el amor donde encontré magia,
casa,
un hogar donde fui plenamente feliz.
El recuerdo de tu abrazo
es refugio al que mi mente vuelve
cuando los días pesan,
cuando la calma falta.
Allí regreso:
a tus brazos,
a tus labios que eran descanso,
a tu mirada que era guía,
a ese lugar donde me sentí
plena, amada, protegida,
viva, vista.
Sigues siendo tú
la mejor historia de mi vida,
ese amor sin precedente
que me marcó
y sigue siendo eco
en mi existencia cada día.
Yo siempre voy a amarte.
Tú siempre serás
un mundo aparte
dentro de la historia de mi vida.