Los pastizales se peinan
mientras una hoja vuela
veloz entre ellos.
No la frenan
ni el viento helado,
ni la calidez de la estrella.
No se inmuta al arrugarse;
ni repara cuando el pasto
roza sus bordes.
Es tan rara su aparición,
forma y composición;
aun así, nada en ella
le arrebata el ritmo de las olas.
Parece dirigirse
a aquellas ruinas que envuelven
los afilados susurros de las ninfas
que perecieron junto al templo.
Se asoma en cada entrada,
entra por cada hueco curiosa
como un niño
encerrado en un pedazo de árbol.
Pero se siente bien verla volar,
veloz y suave,
pluma en vuelo.
Ni siquiera le importa ser algo,
tal vez le gusta ser cualquier cosa,
o tal vez le gusta ser nada
en especial.
Podría ser el rayito de sol
que saluda la ventana rota
del viejo templo;
la brisa en el viento que peina
los cabellos de las musas,
que por fin callan.