El contenido del mensaje que voy a transmitirles es sumamente extraño, pero contándoles cualquier otra cosa los estaría engañando. Llegué a la Kelsius 93 unas horas después de despertar de mi hibernación. Al principio tuve ciertas dificultades a la hora de establecer conexión con el sistema de operaciones espaciales, pero tras varios intentos fallidos logré, con la ayuda de un medidor cuántico, tan moderno como complicado de usar, tender un puente con el puerto principal para poder enviar unas cuantas sondas al interior de la Kelsius 93. Estás máquinas observaron y me comunicaron que el aire en su interior era respirable, y que los niveles de contaminación estaban muy por debajo de lo que yo esperaba. Sin embargo no había señales de vida a bordo, al menos no en las zonas que habían sido accesibles a las sondas. Había muchas puertas cerradas, y no se me ocurrió una idea mejor que adentrarme en la nave para abrirlas, usando un disruptor especializado en cerraduras herméticas, e investigar por mi cuenta. Todo, salvo la ausencia de personas y androides de servicio, parecía normal en la cubierta trasera de la Kelsius 93. El sistema de iluminación se mantenía en pleno rendimiento, tanto que tuve que entrecerrar los ojos durante un rato para no quedar cegado. También oí una melodía caóticamente armónica que era emitida al mismo tiempo por muchos altavoces del tamaño de microchips. He de aclarar que entonces me sobrevino un mareo repentino, y me vi forzado a sentarme en un sofá verde que se encontraba arrinconado en la sala de archivos, mientras hojeaba un manuscrito que hallé pegado al vidrio de la puerta de la misma. Se trataba de un código enigmático, indescifrable para mí, pero seguramente no para el ordenador de mi nave de origen, la Graus 22, por lo tanto me guardé el papel en un bolsillo. Una vez que me sentí más o menos recuperado del mareo eché una ojeada a mi alrededor y noté que algo había cambiado, aunque no sabría especificar justamente el qué, tal vez la temperatura o la concentración de CO2 en el aire, o quizás mi imaginación, exacerbada por la soledad en mitad del espacio sideral, me estaba jugando una mala pasada. La verdad es que me sentí atenazado por una sensación de pavor ante semejante desconcierto, porque, de hecho, todavía ignoraba completamente que había sido o donde se encontraban los tripulantes, y temía que algún error en la configuración del ordenador de a bordo de la Kelsius 93 les hubiera causado la muerte. Salí de la sala de archivos y activé el disruptor para disponerme a traspasar el umbral de la biblioteca. El aparato cumplió adecuadamente su trabajo y al instante me vi rodeado de millares de libros, unos ordenados en altos estantes y otros, la gran mayoría, ciscados por todas partes, incluso había varios montículos donde perfectamente alguien pudiera mantenerse escondido. Mi reacción instintiva inmediata fué salir de la biblioteca reculando poco a poco y acabar cerrando la puerta, pues me había parecido oír una especie de respiración, o había sido un ruido residual producido por un conducto de ventilación obstruido? No lo sabía, y la incertidumbre me apretaba el corazón con tanta fuerza que resultaba absolutamente insoportable, así que me encaminé por el pasillo hacia la siguiente puerta, la del comedor. Esta vez el disruptor, a pesar de ser un instrumento electrónico cuya precisión ha sido testada por grandes expertos en la materia, según está escrito en una pegatina que tiene en uno de sus laterales, perdió el duelo contra la puerta del comedor. Lo reprogramé pero volvió a fallarme. Lo intenté de nuevo y el maldito chisme emitió varios pitidos estridentes antes de fundirse. Confieso que en el furor del momento me enfadé y lo lancé al suelo con tanta fuerza que posiblemente haya quedado irreparable (lo comprobaré después de dormir). Entonces regresé a la sala de los archivos y revisé los cajones de los escritorios, en los que encontré, entre apuntes de datos dispensables, tres pistolas de cañón corto, las cuales parecían haber sido usadas recientemente pues conservaban un rastro negro como el hollín en sus respectivos cañones. Por otro lado no advertí allí indicios de violencia de ningún tipo, tampoco balas incrustadas en la paredes, como era de suponer visto lo visto. Algo en todo aquello carecía de sentido, o mis circuitos neuronales, embotados por el shock, no daban para más. Creí que esta era la respuesta acertada y me vine de vuelta a la Graus 22 para reposar y reponerme del mal trago, para, a ser posible, encajar las piezas de aquel rompecabezas en mi cabeza ya rota de antemano. Me lo tomo con humor, y qué remedio. Pronto me pondré manos a la obra. Espero que el dichoso disruptor no se haya muerto, sino tendré que emplear la fuerza para poder registrar los demás compartimentos de la Kelsius 93, que son muchos, y es mi trabajo averiguar qué diablos ha pasado aquí
Empezaré por la mala noticia. El disruptor ha muerto, y no hay ninguno de repuesto, recién lo he comprobado, llevándome una decepción, aunque por supuesto ya me lo esperaba. La buena noticia es también mala. El ordenador de la Graus 22 ha conseguido descifrar el código que encontré pegado a la puerta de la sala de archivos. El resultado es bastante desconcertante, pues se trata de un código relativamente sencillo, el cual contiene un montón de signos insignificantes, lo único con sentido en toda la página son un par de líneas, éstas contienen palabras sueltas. Mi nombre, y los siguientes términos: precaución, seres, metamorfosis, cosas, armas, mobiliario, ojo, y de nuevo mi nombre
En el momento me negué a darle demasiadas vueltas al asunto. Debía volver para seguir explorando el interior de la Kelsius 93, aunque solo de pensarlo sentía escalofríos. Y con razón, pues cuando volví algo había cambiado, incluso sería más exacto decir que todo había cambiado. La sala de archivos había desaparecido, literalmente se había esfumado. Donde estaba la puerta de la que despegué la críptica nota ahora había una pared de hierro macizo, nada más que eso y el vacío, sensación que aumentaba mi galopante ritmo cardíaco, y mi corazón se desbocó como un semental salvaje cuando vi el mismo sofá verde en el que me había sentado. Ahora lo veía paralelo a mí, en el ángulo opuesto, y su presencia me deslumbró como si fuese un foco a máxima potencia apuntando al fondo de mis ojos. Puede que suene a locura pero me sentí observado, estudiado por esa cosa. Entonces recordé las tres armas y me puse a temblar, directamente eché a correr hacia lo más familiar de cuanto veía a mi alrededor, que curiosamente era la entrada a la biblioteca, al lugar que tanto me había intimidado durante la anterior inspección. Estaba abierta, y tras haber entrado cerré la puerta. Al voltearme comprobé que ahí todo seguía igual, también volví a oír la misma respiración entrecortada, o lo que sea que fuera. No quise buscarle una respuesta a eso, ni siquiera removí los montones de libros que había tirados por doquier. Como si temiese despertar a un dragón dormido, como en una de esas historias que se cuentan a los niños antes de hundir sus conciencias en el profundo mar de los sueños
La tensión hacía que me temblaran las piernas. Busqué un asiento, pero las sillas brillaban por su ausencia. Acto seguido mis pensamientos se dirigieron al misterioso sofá verde, el que podía ocultar la presencia entre sus fibras de una forma de vida imposible, irracional, absurda, un germen del horror que podría desencadenarse de un momento a otro, según había interpretado siguiendo el hilo que alguien, quién sabe quién, había dejado a mi paso, ese mensaje cifrado, esas escasas palabras que bastaron para helarme de pies a cabeza, desde la piel hasta el alma. Será cierto que los tripulantes de la Kelsius 93 habían tenido que enfrentarse a una entidad inteligente, capaz de alterar, visto lo visto, el espacio, de cambiar las cosas de lugar, e incluso de cambiar el lugar en sí, como por la influencia de un hechizo, y acecharnos, a nosotros, a los seres humanos, mimetizándose en nuestro hábitat como hacen los depredadores terrestres, solo que de un modo totalmente inaccesible a nuestro limitado entendimiento?
En esas estaba cuando llegó a mis oídos un balbuceo ininteligible, y me dije que estaba comenzando a delirar, pero sonó otra vez. Era un sonido que parecía no provenir de ningún punto específico, como si lo que lo estuviera produciendo se hallase en una dimensión imperceptible para mis sentidos. Me sentí terriblemente inseguro, y daba vueltas cual peonza a toda velocidad, vigilando cada ángulo con los ojos doloridos, con miedo a parpadear. Contra la pared ulterior había un escritorio, pero lo curioso es que vibraba rítmicamente, como marcando un pulso. Eso atrajo mi atención ineludiblemente. No pensé, inmerso como estaba en la urgencia de tal instante, que quizá lo que vibraba eran mis nervios ópticos. Traté de centrarme: necesitaba datos. La marea de los hechos surrealistas que se sucedían sin cesar me había arrastrado a un atolladero. Mi mente requería información concreta, un mínimo asidero para evitar caer en un vacío donde se disolvería todo razonamiento eficaz. Cuando me fijé más en el escritorio me di cuenta de que era igual al que tenía en mi cuarto cuando era un niño, de hecho al levantar la vista vi la ventana abierta al patio. No pude evitar acercarme, cual diminuta viruta a un potente imán, y asomarme afuera apoyando las manos en el alféizar y sacando la cabeza. El patio estaba desierto y oscuro, y un viento sinuoso y áspero caldeaba el ambiente a fuego lento y frío. Quise saltar hacia el exterior, no sé qué malsano instinto me avino a desear salir, sabiendo que lo único que por lógica encontraría ahí fuera sería el espacio vacío, pero mis brazos y mi cuello estaban inmovilizados: la ventana se había convertido en una guillotina, e intuí la cuchilla sostenida sobre mí nuca. Precisamente en mi nuca sentí un aliento rozándome la epidermis y erizándome el vello. Con la ferina fuerza de un grito tremendo, me impulsé hacia atrás y caí al suelo de espaldas. Algo me golpeó la cabeza y perdí la consciencia, sumiéndome en una somnolencia atroz, en una parálisis febril que me hizo sentir como una mosca dando vueltas encerrada dentro de una bombilla encendida. En ese lapsus vi varias formas moviéndose a mi alrededor, sujeto a sus observaciones, puesto que había ojos levitando, cirios exultantes entre la oscuridad y el vacío. Y en medio yo yacía, húmedo de sudor, tenso como las cuerdas de un arco musical de oro y plasma solar en un concierto pandemoníaco, exento de la calma y la coordinación necesarias para enderezar mi torva trayectoria, ahuyando de pura furia, resistiéndome a caer presa de las garras de unos seres cuya naturaleza es la insidiosa mentira, la trampa asesina, disfrazada de cosa común, en la que uno como cualquiera deposita la película protectora que recubre una mirada acostumbrada a la cotidianeidad, luminosa sombra que al desprenderse de la pupilas las deja cegadas ante la amenaza cercana, latente, a flor de piel. Siento que mi narración se vuelva a veces incongruente, solamente trato de manifestar mis experencias físicas y también las sensoriales, sensaciones de ahogo tan irresistibles que me urge desahogarme expresándome libremente, así queda registrada cada anomalía, para que luego los especialistas analicen pormenorizadamente, como les corresponderá, no a mí, que soy jugador de campo, entre comillas, acostumbrado a mirar las cosas desde dentro, desde perspectivas poco halagadoras la mayoría de las veces, y ésta menos que nunca. En fin, fue un verdadero delirio, casi una pesadilla mientras duró, en verdad ignoro qué cosa concreta tenía metida entre ceja y ceja, pero noté un dolor, un dolor que pronto se tornó en nausea, una nausea que mi mente tradujo dibujando un precipicio ante mis trémulos pies. Desde lo alto divisé todo un mar metalizado, zarco y gris, con la textura del acero fundido, apenas tapado por algunos jirones de niebla, y en lo remoto una isla iluminada por un sol artificial, por una estrella en miniatura que coronaba la cima de un monte piramidal (o puede que se tratara de una pirámide bajo la apariencia de un monte natural)
Con tal imagen en la mente desperté del trance, y huí arramplando con cuanto libro estorbaba a mis pasos, mientras, profiriendo un estertor espantoso, algo tras de mí trotaba encabritado y colérico como un demonio. Creo que fue la fortuna lo que me ayudó a zafarme de aquel horripilante ser, lo cierto es que saltó la alarma de incendios (posteriormente, desde la Graus 22, viendo a través del visor control remoto de una de las sondas, comprobé decepcionado que todos los libros de la biblioteca habián ardido; toda la sabiduría humana documentada quedó convertida en un montón de cenizas), y eso pareció distraerse de mi presencia. Una vez dentro de mi nave sellé la entrada. Y aún conservo el susto en el cuerpo, además de diversos moratones y ese constante dolor, como una presión pulsante en el corazón del cerebro. Por supuesto me planteo regresar ya a la nodriza, lejos del horror que ahora habita en cada compartimento de la Kelsius 93. Los directivos de la corporación de expansión espacial habrán de debatir si es preciso mandar aquí un equipo de militares, o a sus madres y suegras a golpe de rodillo autorotatorio, para acabar con tan letal enemigo del hombre. Yo ya me he arriesgado suficiente por la causa de la empresa. Espero que vayan firmando esos prometidos cheques de recompensa, y que no se olviden de la paga extra por sobrexposición al peligro intergaláctico. Tengan ya constancia de mi próxima renuncia. Corto el comunicado
-Eso es todo. El explorador Q-K-Tricornius debería haber regresado ya, pero no hemos vuelto a tener noticias suyas. Considero de lo más apropiado su consejo de desplazar una unidad de hombres armados a la Kelsius 93, ubicada en mitad de la nada, entre la galaxia más cercana y la nuestra. Una de dos, o nuestro explorador ha perdido la chaveta debido al aislamiento inhumano, o es verdad lo que cuenta y, por primera vez en la historia de nuestra especie, hemos entrado en contacto con alienígenas, que nos han tomado por presa. Por desgracia, creo que esto es lo cierto. Espero que el jefe gestione el asunto más bien que mal, porque ya hemos tenido demasiadas bajas, y andamos faltos de exploradores profesionales, pues la mayoría de ellos iban a bordo de la Kelsius 93 con la misión de explorar la región periférica de la galaxia de Andrómeda, donde hemos descubierto al menos cien planetas potencialmente habitables, o habitados, algunos muy similares a la Tierra y a Marte terraformado
-No estoy de acuerdo. En mi opinión la acción venidera ha de ser totalmente contundente, una demostración de nuestra potencia de asalto, de nuestra ferocidad indómita y nuestras ansias de conquista planetaria y expansión cósmica. Le propondré al jefe, a ese macabro macaco con corbata holográfica color caca o cacao, con la seriedad pertinente, extorsionándolo si da muestras de negación y conservadurismo, que envíé vía directa, que teletransporte allí sin demora a nuestras madres y suegras armadas de sus sendos rodillos rotatorios. Según la inteligencia artificial ésta es la opción con más probabilidades de éxito, y así se hará. Ya lo verás. Además está claro que a ellas les chirriará tanto ese sofá verde que entre todas lo sacarán del decorado a patadas y rodillazos, dejándolo suspendido en el éter para siempre, para provecho de nadie, o de dios, ya que sabido es que poco cómodos son los tronos, inservibles; por qué no trocar el suyo por un sofá verde que sería un servil ser viviente sobre el qué poner sus posaderas infinitas?