Carlos Baldelomar

+ OFICIO DE QUERERTE +

Este asunto de quererte

así, sin destinatario,

ni acuse de recibido,

digamos que ya hace tiempo

se me fue de las manos.

 

Se ha hecho una autopista

atestada de sentimientos

que vagan sin destino

por las noches;

y por las mañanas

solo buscan

un rumbo,

un destino fijo,

esa laguna mansa

que parecen ser tus ojos.

 

Mis palabras llenas de promesas

son pasajeras de todos los días.

Todos los días pasan y repasan

como las viejas rutas de esta ciudad:

Quizás solo para disfrazarse 

de un lenguaje conocido 

colarse en lo cotidiano

de una simple calle,

de la esquina de tu duda,

pescando  alguna casualidad 

de encontrate,

y aparcar así en la estación

precisa de tu memoria.

 

Es más un sentido

de permanencia,

de trascender,

lo que buscan.

No escaparse

como los pájaros suelen escapar

de un desolado paisaje.

 

Porque hoy, de repente,

me he sentido

encaminado

a una consecuencia

de los días;

una consecuencia

que va ahí, encadenada

a la marcha incesante

e inclemente del tiempo.

 

Al tiempo que hoy me separa de vos,

al tiempo que se repite

cada segundo como un eco

en el que la única

diferencia entre uno y otro

es que en cada nuevo segundo

estoy más viejo, más sordo

y más cansado,

con menos fuerzas

para este oficio de quererte.

 

Pero algo,

no me preguntes qué,

permanece inamovible.

Testarudo.

Esperando.

 

Uno se dice

que si la espera es tanta

será porque valdrá la pena.

 

Quizás,

para cuando llegue la respuesta,

yo ya me haya ido.

Qué más da.

Que otro lo cuente.

Que alguien le diga al mundo

(con voz bajita, para que yo no oiga)

que sí,

aquello que yo esperaba

valió la pena.