Ama las hojas.
El viento se las trae,
pero también se las lleva.
Fácil vienen,
fácil se van.
Anhela que una se quede
sin presionar.
No las quiere coleccionar,
las quiere apreciar,
darles el valor que merecen.
Pero ninguna decide quedarse.
Le echa la culpa al viento,
pero también a las hojas,
que nunca hacen el intento.
Se cansa de no poder hacer nada,
de que se le pierda la mirada.
Le duele
que nadie se quede.
Le duele
pensar que podría ser diferente.
Le duele infinitamente.