Hoy me levanté y no he elegido nada.
Hay gente quien en la mañana elige diversas vidas,
la revolución,
un café,
la depresión,
el acomodo,
el amor,
hacer.
Hacer un café. Hacer el amor.
Yo nada elijo porque nada quiero soltar. Si me aferro, el tiempo me exige soltar.
Nada quiero soltar.
Y eso es una declaración prisionera, de alguien que (si te soy honesta) siempre adora elegir.
Y te adora elegir
y ya nada elijo.
A mí se me elige. Pero se me elige a oscuras,
desnuda,
manchada.
Quizá alocada,
emborrachada,
a ciegas.
Cómo si algo yo aliviáse, tengo que hacer sombra al amor de alguien que más brilla, una sombra opaca, quizá sensual.
Si yo ahora me muriese, me tocarían sin culpa. No tendrían que escuchar nada, y nada me deben. No hay ternura en deuda.
No soy un ser digno de ser amado. El amor no vive y yo tampoco me lo invento.
Incluso cuando aloqué mentes y despeiné cabelleras, me di cuenta que elijo también que no me elijan.
Así me alejo.
Así no elijo.
Así quizá no suelto.
Más fácil