Dianne D.

Elegía del Lodo

Yo lo sé, sí, con la certeza amarga
que en el estómago un pájaro posara
de mal agüero, y su negrura alarga
su sombra inmóvil que el espíritu para.

 

Margarita me adora. Y esa verdad,
redonda y simple como canto rodado,
engendra en mí sucia y feroz maldad,
un veneno de envidia envenenado.

 

Pues su amor es un río de agua pura,
cristalina, profunda y sonorosa;
mas el mío es charquera de amargura,
lodo podrido y agua cenagosa.

 

Y por eso regreso al aposento,
a esta losa de frío que me yergue;
es el puerto final de todo viento,
la meta a la que el alma siempre converge.

 

Ella piensa que es vino o que es pecado
lo que hunde mi alma en tan profundo duelo,
mas no sabe que es un yermo lado,
un vacío que apaga hasta su anhelo.

 

Y entonces cedo a la tenaza obscura,

es un forcejeo a ciegas, sin aurora,
una voz que me clava su ponzura,
\"¡No vales nada! Su amor se evapora\".

 

Y yo, necio, le creo, y en mi saña,
clavo mis uñas en el propio brazo,
buscando arrancar la interna araña
que teje sombras en su negro ocaso.

 

No es el dolor lo que el instinto ansía,
es prueba de que existo y que aún siento,
en esta carne que se hace harapos
y que abraza, en su locura, su aliento.

 

Lloro por ella, por su fe divina,
por esa luz que yo mancillo y rompo;
lloro de amor, que su bondad ilumina,
y a veces por el miedo que me asomo...

 

Miedo a que un día, fatigada, emprenda
el vuelo, y me abandone a mi vacío,
a este eco de nombre que en la sombra entienda
que es condena y es sólo el desvarío.

 

Y al final, el paisaje ya sabido,
el suelo frío, la losa, la amargura.
El cabello estandarte del olvido,
la carne, un mapa de la desventura.

 

Los ojos, dos abismos ya sin lumbre,
los brazos, un sangriento diario acoso,
y el vientre, lienzo de pasada cumbre,
donde estalla la rabia de su ocaso.

 

Margarita me ama. Esa es la pena
y el único edén que al cielo aspira.
Mientras su amor en la distancia suena,
habrá un motivo que a la luz me gira.

 

Para limpiar la sangre de mi herida
y fingir, por un hora, que soy aquella
que ella, en su sueño de cristal, veía,
bajo el hechizo de su miel y hiel.