Daniii_Farías

“Cuando el océano respira”

 

 

El océano respira lento,

como si el mundo entero dependiera

de cada movimiento de su pecho inmenso.

Su voz nace en las profundidades

donde la luz apenas se atreve,

y sube hasta la superficie

convertida en canto, en rugido, en plegaria.

 

Las olas, incansables,

vienen desde muy lejos,

cargando historias de barcos perdidos,

de amores que aguardaron en la costa,

de viajeros que se entregaron

al misterio de un horizonte que nunca termina.

Cada ola es un mensajero

que trae un fragmento del pasado

y deja en la arena un susurro

que solo escucha quien ha sabido esperar.

 

En las noches claras,

cuando la luna se recuesta sobre el agua,

el mar parece un espejo

donde la noche se peina despacio.

Todo se vuelve plateado:

la espuma, el viento, los pensamientos.

Y uno siente que podría caminar sobre el brillo

sin hundirse jamás.

 

En los días de tormenta, en cambio,

el océano se levanta como un gigante:

cruje, se agita, golpea, clama.

No es furia; es memoria.

Es la forma en que recuerda

que también sabe defenderse,

que no todo en él es calma,

que la belleza también tiene filo.

 

Y sin embargo, cuando pasa el temporal,

vuelve la música suave,

esa que se enreda entre los pies

al borde de la orilla,

esa que cura heridas sin preguntar nombres.

Porque el mar entiende del dolor:

lo ha guardado durante siglos

en sus cuevas de sal y sombra,

y aun así sigue brillando.

 

Quien camina junto al océano

camina también junto a sí mismo.

Las olas, con su ir y venir constante,

enseñan que toda despedida

esconde un regreso,

y que incluso lo que parece perderse

termina encontrando un camino nuevo.

 

Así respira el océano:

profundo, inmenso, eterno.

Y en cada inhalación suya

parece recordarnos

que también somos mareas,

que también somos cambio,

que dentro nuestro

late un movimiento antiguo

capaz de romper piedras

y a la vez,

de acariciar orillas.