A veces, la princesa huye del castillo
dejando atrás las murallas frías,
y corre hacia el príncipe
como si el mundo entero fuera un jardín abierto.
Con él, la noche es suave,
el viento le desata el alma,
y en sus manos descubre
que todavía sabe ser inmensamente feliz.
Pero cuando vuelve,
el castillo la traga con sus sombras.
Las velas titilan como si también lloraran,
y las paredes guardan un silencio que pesa.
Entonces la princesa se sienta
en la ventana más alta,
donde nadie la escucha,
y deja que sus lágrimas
caigan una tras otra,
como si fueran la lluvia
que nunca toca su corazón
cuando él no está.