De buenas a primera llegaste
y se cayó mi poesía,
pensé...
no debo, no puedo
y luego ya era
no debemos, no podemos.
Inventamos un mundo
tan nuevo, terso y suave
como sentí tu piel de marzo,
tan brillante
como tu mirada,
tan inmensamente rico
como tus besos,
tan cálido, tan nuestro
como un platear de luna
a través de tus cabellos.
En el cuenco de tus manos
puse mi país rocoso,
de montañas que tiemblan
en las aguas turquesas,
mientras vos me entregabas
una anciana Europa
de campiñas mojadas,
con gaitas
y con druidas.
Cedimos al empuje
de transgresores dioses,
encendimos fogatas
con palabras gastadas
y les dimos nombres nuevos
a las nubes viajeras
y a los turbios poemas
que juntos escribimos
en sábanas inquietas.
Pero el tiempo es perverso
y se fue carcomiendo
de a poco,
de a poquito,
los murales rojizos
de un palacio de otoño.
Y el invierno vino.
Y entonces otra vez
repetimos
no debemos, no podemos,
y después te perdiste
por el verdor del bosque
y yo me quedé solo,
irremediablemente solo,
con un jardín de arrugas
y una rima incolora
que a veces te recuerda.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.