Fui carne y fui aliento,una chispa breve del cosmos infinito que aprendió a pronunciar su nombre en la lengua frágil de los mortales.
Me materialicé en huesos y latidos,
en nervios que temblaban con cada caricia,en piel que guardaba memoria de todos los abrazos que me hicieron real.
Amé con la desesperación de lo efímero,dolí con la intensidad de quien sabe que el tiempo es un préstamo sin renovación,
que cada instante se desangra en el siguiente.
Mis pulmones, cámaras de milagros cotidianos,transformaban lo invisible en vida,y mi cuerpo templo pasajero, se estremecía ante el misterio simple de estar aquí, de ser ahora.
Alcé la vista hacia el firmamento
y vi mi propia infancia cósmica:
luz de estrellas muertas hace eones
atravesando el vacío solo para encontrar mis ojos,
única máquina del tiempo,
único viaje posible hacia lo que fuimos.
Construí castillos de ambición y esperanza,
los edifiqué con la arcilla de los sueños humanos,
y los destruí yo mismo
porque aprendí que en la impermanencia
reside toda la belleza que importa.
Viví mi juventud como si fuera inmortal.
¡Qué hermosa arrogancia! ,! Qué necesaria ceguera!
Hasta que el óxido comenzó su obra lenta
en las bisagras de mi carne,
recordándome que soy préstamo,
que todo lo que toco es renuncia diferida.
Y ahora, universo que despertó
para contemplarse en el espejo de sí mismo,
tiemblo ante el umbral de regresar,
como si olvidara que la muerte
no es el final sino el retorno,
como si el océano temiera a la ola
que vuelve a su seno.
La fuente me llama
con la voz del silencio primordial,
y yo, polvo de estrellas consciente,
me resisto al abrazo de mi propia eternidad,
asombrado como un niño,
de este hermoso accidente
de haber nacido humano.