El Cronista sin puerto

La Diosa velada de Barranco.

Llegué a Barranco sin mapa,
sin historia y sin costumbre;
y fuiste tú, mujer de fuego oculto,
quien me bajó la noche a la sangre.

Tenías ese andar seguro
que solo da el tiempo vivido,
esa calma de quien es casada
pero guarda un temblor prohibido.

“Soy buena guía”, dijiste,
mordiendo el aire con tu risa,
“¿y cómo me vas a pagar?”
fue un filo suave que aún me avisa.

Y caminaste delante,
como quien conoce cada sombra,
como quien ya aprendió a querer
sin entregar del todo la honra.

Tu voz me abrió las calles,
tu cintura marcó el camino,
y yo, novato en tus secretos,
seguí tu paso… lento, fino.

Había un fuego en tu mirada,
no urgente, sino entrenado;
un deseo que no corre, espera,
y en esperar se hace más claro.

La noche nos envolvía,
pero tu piel mandaba más;
había un pacto silencioso
que ninguno quiso nombrar.

Y en tu pregunta de guía,
en ese juego casi santo,
yo supe que lo prohibido
es lo que enciende más el canto.

Barranco fue testigo mudo
de la mujer que sabe y desliza,
de la mano que enseña en silencio
y del pago que entendí en tu brisa.