Bruno Gatica 1

El corazón errante

El corazón aprende, sí… pero su aprendizaje jamás es dócil. Avanza como un viajero extraviado, con los ojos llenos de un horizonte que no termina de nacer. Cada paso que da se hunde en el eco de lo que calló, en el temblor de aquello que creyó comprender.

 

Tropieza con sus propios fantasmas, esas siluetas que se forman con la culpa y con la memoria, y que lo siguen como un invierno paciente. Cada caída es una sombra nueva, cada sombra un recordatorio de lo que aún no sabe nombrar.

 

Se hiere al intentar abrir puertas que ya no le pertenecen, forzando cerrojos que guardan ausencias, abrazos rotos y silencios demasiado antiguos. Sin embargo insiste, terco como la esperanza, buscando un resplandor que todavía no existe.

 

Y solo al final, cuando descubre que ha dejado demasiada luz atrás, entiende que el camino era una prueba disfrazada de pérdida. Que cada herida fue una brújula, cada despedida un espejo, y que incluso en su forma más rota, el corazón sigue intentando nacer de nuevo.