Luis Barreda Morán

La Paz de los Años

La Paz de los Años 

A mis años ya no siento esa inquietud que desgasta el alma,
prefiero la tranquilidad de un atardecer en la playa,
disfrutar del silencio que acaricia mi viejo corazón,
mirar las olas jugar con la blanca arena de la orilla,
y olvidar aquellos días llenos de tanta confusión.

Las palabras vacías que prometen un cambio profundo,
me producen solo un bostezo, un profundo desencanto,
mientras saboreo un café en la quietud de la mañana,
escuchando el suave canto de los pájaros en el árbol,
alejado de toda esa falsa luz y de ese falso llanto.

Puedo salir a caminar sin rumbo por la ciudad,
comprar el pan fresco que tanto me gusta en las tardes,
sentarme en un banco a observar a la gente pasar,
y después regresar a casa con mis pasos tan lentos,
guardando dentro de mí todos esos instantes gratos.

El dinero viene y va, no vale la pena la lucha,
es solo un papel que cambiamos por un poco de comida,
trabajar para vivir y no vivir para el trabajo,
disfrutar del oficio sin que duela en la herida,
y agradecer por la modesta pero suficiente ayuda.

Prefiero cenar solo un plato simple en la cocina,
que asistir a una gran cena con gritos y con enojos,
porque al final de la jornada, cuando la noche termina,
todo aquel barullo se convierte en tan solo antojos,
y yo me quedo en paz, lejos de tantas falsas ruinas.

El amor se ha vuelto un juego de sombras y de espejos,
un encuentro de cuerpos sin promesas ni cadenas,
donde digo “quédate” pero también “ya te puedes ir”,
cada quien con sus demonios y sus propias penas,
sin dejar que la tormenta entre por la puerta otra vez.

Solo la lectura me despierta una sonrisa sincera,
esos mundos de papel que no hacen daño a nadie,
esas historias que calman mi espíritu y mi espera,
esos pequeños placeres que juntos van adelante,
y que llenan de color mi existencia verdadera.

A mis años, este corazón ya no pide ni reclama,
he aprendido a valorar la paz que habita en mi pecho,
mi universo interior se sostiene sin llama,
y no busca en otros lo que tiene en su techo,
ha dejado de rogar por un afecto imperfecto. 

—Luis Barreda/LAB