Eres obra que los siglos reclamarían,
tu cuerpo es inspiración, es testamento,
un templo donde dioses escribirían
su fuego, su deseo, su argumento.
Ya hubiera anhelado Da Vinci retratarte,
Shakespeare hubiera deseado escribirte,
Van Gogh un paisaje poder pintarte,
o Miguel Ángel deseado esculpirte.
Tu espalda es mármol, tu mente corona,
tu boca, óleo que jamás se seca,
tu piel, orquídeas que la luz abona
y deja al tiempo delirando en su rueca.
Y yo, que soy apenas voz ardiente,
como el milagro que en mi verso habita
que en mi letra tú vivas eternamente
en mi templo en un altar de luz bendita.
Annabeth Aparicio de León
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