Hay noches en que tu nombre se me cuela entre los labios,
huye con mi último temblor,
suena como la nota final de una sinfonía prohibida:
el eco de un pecado que imagino,
pero no cometo;
un deseo al que apuñalo en silencio
hasta dejarlo quieto.
Y hay días en los que apenas sobrevivo
a la guerra dentro de mí:
mi mente, descarada, te desnuda;
te dibuja con una precisión cruel;
me inventa tus besos,
tu tacto tibio, tu humedad,
tus sabores sin vergüenza,
el gemido de tu voz ahogado en mi boca…
Mientras mi corazón —noble, testarudo—
te contempla desde lejos,
te ama sin tocarte,
y guarda en el pecho todo lo que podría darte,
pero jamás dirá.
Soy quien arde día tras día con un fuego voraz
para no quemarte;
soy quien contiene el caos dulce
de un amor salvaje
para no mover un solo ladrillo de tu mundo;
soy quien se traiciona, quien sangra,
por respeto al afortunado
a quien ya entregaste tu vida.