Recuerdo aquel pueblo, tan distinto a otros pueblos, dónde llegué por casualidad…o causalidad. Manejando por un camino en la carretera, había una bifurcación que no figuraba en mi mapa, quizá por curiosidad o por el aroma de rosas y pan caliente, hizo que me desviara, para llegar ante un arco que tenía un hermoso cartel que decía “Refugio de ángeles”.
Las personas que allí vivían parecían niños y niñas de hasta 12 años, no vi ninguna persona adulta y sin embargo se notaba cierto orden en las calles, entre los chicos que jugaban por todos lados.
Era un pueblo tan silencioso, parecía que se entendían con pocas palabras y algunas señas. Las caras aniñadas, siempre sonreían, estaban de buen humor, dispuestos a compartir y a ser solidarios…parecían más bien de otro planeta.
Imagínense, yo llegaba de una ciudad donde nadie se detiene, casi ni te miran a los ojos porque no hay tiempo. La gente vive acelerada, sólo se toman el tiempo para trabajar y para hacer dinero. No hay disfrute porque cuando queda tiempo uno se queda dormido por el cansancio. Lo peor fue, creo…que, al llegar a un pueblo tan tranquilo, me di cuenta que la felicidad no se consigue con dinero.
Estas pequeñas personas tenían la mirada fresca, sólo con la presencia irradiaban amor y emitían una fragancia a pétalos de rosas, que iban dejando a su paso.
Lo primero que llamó mi atención fue, que un pueblo tan bello y limpio no tuviese un lugar donde alojarme, para quedarme unos días. Había algunas casas bajas, parecidas a las casitas de los cuentos, relucientemente blancas como las ropas que vestían. Todos llevaban más o menos la misma vestimenta, un pantalón claro y una casaca que extrañamente tenían dos “ranuras” verticales en la espalda. Primero creí que las casacas estaban rotas, pero luego me di cuenta que todos lucían igual.
Me detuve a observar los nombres de los locales, el colegio se llamaba “Arcángel San Miguel”, la fonda “Nahuel”, la tienda “Mariel”, el teatro “Catriel”, la perfumería “Leonel”, todos los nombres terminaban en EL. Qué extraño, pensé. Alguna vez escuché que los nombres terminados en El son nombres que contienen a Dios. Caminé hacia el parque, donde todas las plantas parecían luminosas, llenas de frutas. Me senté en una fuente circular donde se bañaban diferentes pájaros.
Pasó uno de los niños con un carrito que decía “Recuerdos del lugar”, me acerqué y vi que todo lo que había en el carro eran plumas con nombres.
- ¿Cuál es el nombre del suyo? - me preguntó
- ¿De qué cosa? -contesté ansiosa
- De su ángel ¿De qué va ser?
- ¿Qué ángel? -dije aún más confundida
- ¿No conoce el nombre de su ángel? -dijo asombrado el niño
- Ni siquiera sé de qué ángel me hablas.
- Todas las personas cuando nacen, tienen un ángel custodio, que lo acompaña toda la vida, al conocer su nombre hace que estemos más en contacto con él. Hace que uno se sienta siempre acompañado-de hecho, lo está, agregó-.
- No tenía idea, le dije. Solo conozco una oración que me enseñaron de chiquita…
” Ángel de la guarda,
dulce compañía,
no me desampares,
ni de noche ni de día,
hasta que descanse,
en los brazos,
de Jesús, José y María “
-Bueno, algo es algo -dijo y me preguntó la hora.
Faltan dos minutos para las 19 horas -respondí
-Oh disculpe, pero me tengo que ir, dijo mientras cerraba el carrito y me entregaba una pluma con el nombre de un ángel. Es el nombre del suyo.
-Me quedé leyendo y cuando levanté la vista para darle las gracias, vi como todos los niños y niñas, habían sacado unas pequeñas alas por las ranuras de las casacas y aleteando iban levantando vuelo.
Yo misma hubiese querido tener alas para irme con ellos.