No lean.
En la vida, en general, no lean. No se la pasen leyendo. Quien vive adentro de los libros vive mil vidas; quien no lee, solo una, leí alguna vez.
Hoy disiento profundamente sobre esto. Pienso que quien vive la vida, tarde o temprano, entiende que es mucho más placentero vivir una sola, con terror a equivocarse a cada paso. Con temor a perder los días.
El verdadero motor de la vida no debe ser otro que el factor perecedero de lo humano.
Los verdaderos pecadores no son personas que hacen el mal; a ellos los absuelve Dios. Pecadores, en cambio, son aquellos que, aun sabiendo lo efímero de la existencia, son capaces de desperdiciar sueños, dejándolos caer bajo un manto de acciones cotidianas que eclipsan el valor de perseguir deseos latentes.
Y no me confundan ni me malinterpreten: no digo que el maquinista ni el zapatero pequen por un oficio que no los llena. He visto a escritores vivir de cualquier cosa menos del arte, así como he visto a hombres de campo vivir y amar la vida con miedo. Con ese mismo terror a equivocarse que mencionaba antes. Honrando la intensidad del presente, sabiendo más de espuelas y de cayos que de escuelas y pantallas.
Sabiendo más de la vida en un solo atardecer que una generación completa de niños huérfanos de patio, sin haber leído tan siquiera un libro.