No estoy en mi mejor momento. Lo sé.
Así que me visto de fuerza y actúo.
Entro en escena, repito mis frases,
y sonrío cuando toca.
Aunque por dentro todo parezca improvisado.
Digo “estoy bien” con la voz entrenada,
como quien recita algo que ya no siente,
y el público aplaude.
Nadie nota las costuras del disfraz,
ni la fragilidad que escondo entre las manos.
A veces pienso que, tal vez,
mantenerme en pie cuando todo me pide pausa sea mi mayor actuación.
Cuando cae el telón y me quedo a solas,
el silencio me mira fijamente,
como si supiera que no soy el papel que interpreto.
Bajo las luces del escenario,
me quito la máscara despacio y me prometo que, algún día,
miraré de frente a la vida que me espera sin tener que vestir otra piel.