Aún recuerdo tu marcha,
que se llenó de flores en el llanto de tu cara...
así es el juego de la vida...
En tu clausura monástica,
ya no podré contemplar tus ojos de pureza,
ni juntos iremos a misa...
Y mi vida no será buena,
pues tu recuerdo no cesa de llamar a mi puerta,
en una generosa telepatía..
De hecho, tu brillo me rodea,
esplendiendo una transformación alucinatoria,
tan radiante como una llama...
Quisiera salvar la compleja distancia
a la casa de tu alma,
para ser tu confesor, sin que nadie sepa nada...