Alberto Escobar

Algo

 

 

Algo.
Me emerge, sube
desde un lugar recón
dito, desde no se sabe
dónde, desde algún reco
veco, entre carne y carne,
y utiliza, a manera de
agujero de gusano, las ví
as linfáticas, como por un
a puerta trasera a la sangr
e, sobrenadando plaquetas,
hematíes y plasma, y siento
cuál sube, ya va por la pleur
a, cual una ubicación en tiem
po real que alguien te manda
ra por guásap, no sé...
Sube en dirección norte, 
y la biota intestinal lanza eseo
eses a los departamentos centra
les del cerebro, de la mente si
quiero ser exacto, tal que estos p
arecen aut, como reunidos con un 
nihilismo atroz, cual si el andamia
je que sostuviera ese cerebro adole
ciera de una neotenia galopante, a
menazadora. 
Pero he previsto salir, y esta súbita
indisposición no me conviene, no se
me aviene a mis planes, no estoy de
acuerdo con ella, así que lanzo una
especie de reclamación a una posible
atención al cliente de esos departame
ntos centrales a fin de propiciar un re
scate, un no rectificar lo pensado, pro
yectado, previsto, hasta agarrarme al
último resquicio que el borde de este p
recipicio me ofrece, con éxito. 
Algo. 
Algo como que sube me da que ha
parado, como si necesitando un respi
ro en esa macabra ascensión precisara
pararse a fin de refrigerio ocasional—, 
como si diera a perturbar el bendito eq
uilibrio de una biota intestinal sacra, r
eina, gobernadora del bienestar diario. 
Le echo valor y me yergo, me preparo 
para salir a materializar un plan que me
niego a posponer —hoy es mi día libre—.