Después del verano
las calles se vuelven hondas,
como si guardaran los pasos
de quienes fuimos.
En el patio vacío,
un columpio recuerda el viento.
La sombra del limonero
se alarga buscando su voz.
Es vivir sin saber
cuándo empezó la distancia,
si fue al crecer los árboles
o al caer la primera tarde.
Las fotos del ayer
no pesan, pero duelen.
El tiempo es un vidrio empañado
donde apenas se adivina el sol.
Y uno sigue andando,
con los bolsillos llenos de tierra,
con un nombre pequeño
que aún responde al eco.