Ha pasado un año,
como un río que no vuelve,
dejando hojas, voces,
y el rumor de lo que fuimos.
Hubo días tan lentos
que parecían invierno eterno,
y otros tan breves
que apenas alcanzó el alma a mirarlos.
El sol cambió de sitio,
la luna aprendió nuevos silencios,
y nosotros —sin saber cómo—
fuimos creciendo entre errores y certezas.
Un año tiene el peso de un recuerdo,
el brillo de una promesa rota,
la risa que aún tiembla en la distancia,
y las lágrimas que enseñan a mirar distinto.
Aprendí que el tiempo no cura,
solo enseña a convivir con las heridas;
que la vida no espera,
y el amor verdadero no exige razones.
En un año caben mil despedidas,
y una sola mirada puede sostenerlo todo.
Caben los sueños que no nacieron,
y los que aún respiran en secreto.
Ha pasado un año,
y sin embargo sigo aquí,
más humano, más frágil,
pero también más mío.
Porque cada final guarda un comienzo,
y cada año que termina
nos recuerda que seguimos si
endo
parte del milagro de seguir vivos.