Tú, a quien mi alma eligió antes de comprenderme a mí misma,
por quien permanecí atenta a los días,
no por miedo a soltar, sino por respeto a tu tiempo y al mío.
Debía dejarte aprender tu propia verdad,
y aunque la vida nos trazó caminos distintos,
mi pensamiento te busca en otra existencia,
donde tal vez nuestras almas se reconozcan sin demora.
Nunca quise irme;
cuando la distancia nos separó,
el orgullo y el ego asumieron la palabra
y nos enseñaron a querernos desde la lejanía.
Es ahí donde reside el dolor más íntimo:
amar y no poseer, desear y contener.
Sé que debo aprender a olvidarte,
pero el recuerdo persiste como una ley inmutable:
eres mi amor más grande,
el más real, el más íntimo,
un amor que trasciende mi vida y sus límites,
un amor que jamás he vuelto a encontrar.