Te has marchado,
y junto a ti, se fue una parte de mí también.
Decidiste perderme. Decidiste rendirte.
Decidiste simplemente... irte.
Dejarme.
No pensaste en todo el daño que ibas a causar,
pero aun así... no te culparé.
Lo intenté, te juro que lo hice.
Luché. Quise aceptar lo que decías,
aunque sabía que no era lo correcto.
Tenía una pequeña esperanza en ti,
mi estúpido corazón esperaba que, tal vez,
fuera distinto.
Que todo, por una vez, sería diferente.
Joder... qué tonta fui.
Y ahora que te has ido,
tu silencio pesa.
Todo se siente tan lejano, tan pequeño.
Me has dejado rota,
y tendré que repararme sola.
Todo por creer.
Por confiar.
Por pensar que había una posibilidad
de que esto fuera real.
Aún tengo presentes
esas promesas del inicio.
Y me pesan, porque ahora veo
cuán vacías eran.
Quisiera poder decir que te odio,
pero no. No lo hago.
Ojalá lo hiciera, así tu ausencia
no dolería tanto.
Así tus recuerdos no volverían,
ni tus palabras harían estragos
en lo que queda de mi corazón.
¿Por qué lo hiciste, amor?
¿Por qué nos mentiste a ambos?
¿Qué ganabas con eso?
¿Te divertía jugar conmigo?
Mil pensamientos invaden mi mente,
como ráfagas de viento,
como cuchillas directas al pecho,
destrozando lo que queda
de lo que alguna vez fue amor.
Cómo quisiera retroceder
al día en que te conocí.
Quizá todo habría sido distinto.
Dicen que de los errores se aprende…
Cuánto quisiera no haber cometido este.
Tal vez, en un futuro, logre olvidarte.
Espero que sí.
No mereces un lugar en mi mente,
mucho menos en mi corazón.
Sí, te amé —y aunque aún te tenga presente,
quiero soltar tu recuerdo
y ya no aferrarme...
a ti.