Yo soy de aquellos que la muerte arrastra, Que lo respiran cual jazmín violento; El juicio, la razón, ¡burda balastra!
Tengo treinta años y dos suicidios, nunca he sido indispensable para mis amigos y sé que solo voy de paso por sus vida como un pestañeo, entre lo que soy y entré lo que creen que soy, existe un abismo que me dirige al cielo de los condenados,
y para los cuáles el raciocinio es solo un reloj que transita por las venas desesperado,
me voy como los que se van en la horrenda pesadilla, verme a mi en un espejo es como ver lagos de soledad en mi niñez incluso con compañía...
Dios, es demasiado tarde.
No me pidas que te describa mi soledad con los cristales de mi sangre, ni hacer gesticulaciones con las piedras de mi alma, mi amor va en un féretro al destino de nadie.
Tu bondad, una mentira en mis pupilas,
¿Por qué no arrancarlas una a una,
y dejar que mi cuerpo sea una hoguera?
Dios, he incendiado mi vida en un instante,
y las cenizas de mis ideales no arden.
Quiero hundirme en la ciénaga de mi alma,
ahogarme en el fango de mis pesadillas.
Mis venas son ríos de lava,
y mi corazón, un puño de ceniza.
¿Qué me queda, Dios, sino la nada?
¿Por qué prolongar esta agonía?
Quiero volar, desintegrarme,
convertirme en polvo estelar.
m.c.d.r