De un sufijo de agua,
en la otra legión de abetos,
cuando era cilindro a perfumar
y variable independiente,
abordar poco a poco en cada greda
de universo homogéneo,
de la ligadura del amor magnético.
Cuando aparecer era un ozono hundido
en la integral ilusión que el cielo anuncia,
y, rauda de asombrar, fue simbiótica:
de un timón de agua estuvo agarrada.
Y se quedó en la tarabilla epicicloidal
de ese anillo esférico,
hasta que despertaba su teorema en celo,
y de aquella molécula
se catalizó esquiva.
Ya redondo en la intuición
en que codifica vientos,
¿qué más investigación de noche cósmica
perdió truenos
y un alma industrial?
Epicontinental rubeola de la extrañeza
Epicontinental rubeola de la extrañeza,
que allí burbujeas soñando en siglos,
y en el antiquísimo Fortran tu expresionismo
daña, o titubea el requiebro en equilibrio;
que siempre llegaste desarticulada, a la cordura
de nivelar —dejan fosilizados los pulsos energéticos—,
que alcancen a aborrecer, en su expendio,
la desilusión o la remembranza.
¿Quién ha pasado de la gloria a la digitalización
malhechora?
No saber cuán severa su lapidación,
que una vez mantuvo ruborizada el alma divertida;
y entre la modalidad, el oleaje de la muerte suspendida,
lo hizo orfanizado por archivar la vida,
por dar acentuados, dilatados bits.
© 2025 Ivette Urroz.
Ivette Mendoza Fajardo
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Revolución de la Poesía Tradicional