Presiento
que hay peces de colores
que en las profundidades
de las aguas,
con sus coloridas escamas
abrigan el sueño
de colorear el cielo
después de los aguaceros,
y con su bella policromía
llenar de alegría
los inviernos.
Presiento
que el viento con su murmullo
busca entre hojas secas,
que un canto florezca
para hacerlo suyo,
que cada vela encendida
tiemble de miedo
con solo sentirlo,
y las ventanas
aun cerradas
son sus amigas
que alegres lo saludan,
en noches oscuras
por sus rendijas.
Presiento
que los difuntos en el cementerio
con sus rosarios de silencios
aguardan a quienes amaron
con sus brazos abiertos.
Que cada noche esperan
las fervientes oraciones
que en muchas ocasiones
nunca les llegan.
Presiento
que el río con su oculta fatiga
simula correr tranquilo
por el mismo camino
en eterna huida.
Que lleva a cuestas, heridas,
que no cesan de sangrar,
y siente la vergüenza,
de llevarlas como ofrendas
cuando llega al mar.
Presiento
que las madres con hijos eternos,
paren más con las mentes
que con sus cuerpos,
hijos afuera, hijos adentro,
los que nacen y los que no afloran
que igualmente los lloran
con el mismo sentimiento.
Presiento que la lluvia
cuando cae de noche por sorpresa
siente mucha vergüenza,
porque sabe que a muchos,
los despierta,
y a otros los molesta
por la inesperada manera
en que las goteras
comienzan su fiesta.
Presiento
que las gotas transparentes
que penden de las hojas
sufren las congojas
al saberse ausentes.
El peso las vence
y estallan en llanto,
abochornadas ante las hojas
que las ven caerse.
Presiento
que los libros nuevos
tienen sueños de grandeza
de anidar en la cabeza
de lectores inquietos.
Sueñan alimentar intelectos,
cerebros bien nutridos
que los tendrán de amigos
todo el tiempo...
Pero, ay, también presiento
que todo será vano
cuando libros solitarios
duerman amarillentos.
Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela.