Los árboles desnudos juegan con el viento. Sus ramas se mecen,
danzan suaves, sus hojas,
como recuerdos, se deslizan por el aire en un canto callado.
Viento juguetón que susurra secretos,
en un rincón olvidado del pueblo, donde las sombras
ocultan historias, y el eco de risas queda atrapado.
Los árboles son testigos, del tiempo que pasa entre sus raíces,
y en sus troncos viejos se grabaron. Los nombres de amores y de despedidas.
A su sombra crecen los sueños, se levantan las esperanzas,
mientras en el aire flota un deseo, un susurro de vida
que nunca cesa.
Pero no todo es paz en este paisaje, las voces del pueblo se alzan,
en el viento que se agita y desafía, mientras la política juega su partida.
Varios juegan con los intereses,
con promesas que brillan como espejos,
y en sus manos, como marionetas, un pueblo que espera, ansioso y callado.
Las urnas se preparan, el día se acerca, y las manos, una a una,
alzarán el dedo.
El destino del pueblo en simples elecciones, un tijeretazo en un vasto lienzo.
En el mar se ahoga una voz,
una melodía que ya no suena, las olas arrastran la desesperanza,
mientras los barcos navegan en búsqueda de sentido.
El horizonte se viste de grises nublados,
y los árboles, con sus ramas extendidas,
parecen rogar por un cambio, por un aire más limpio, por un respiro.