Menesteo

Un sol envuelto en mantilla


Un sol envuelto en mantilla

2ª Parte


Dos cuartos y una cocina,
cuatro camas y un fogón
y de bañera un lebrillo
para asearse mejor.

Una cómoda bonita
donde guardar el ajuar,
la poca ropa que había
sin tenerla que planchar.

Si a pensar, tú te pusieras,
despacito y sin enojos,
pensaría si es antojo 
el vivir de esa manera.

Pues no se puede entender,
que tengan tanta miseria
luchando para crecer
sin rencor y sin histeria.

Solo, trabajo y trabajo,
para llegar al sustento
y mantenerse contento
los de arriba y los de abajo.

Los de arriba dando empleos,
los de abajo trabajando,
la familia laborando 
sin tener ningún complejo.

Con lo poco que tenían
se apañaban sin excesos, 
no había carnes ni quesos,
sino un guiso cada día.
En el fogón lo ponía
esa pequeña señora
que delante nunca llora,
tragándose lagrimones
tan grande como limones,
cuando se encuentra ella sola.

Entran ganas de llorar,
ver a tus hijos sentados
y no cometer pecados
cuando tienes que comprar.
El alma se ve sangrar
viéndolos allí reunidos
escuchando los latidos
que mueven sus corazones 
y todos son sus razones
de cumplir lo prometido.

Un amor, libre sin egos,
para lo bueno y lo malo,
tomado como regalo
aunque jugando con fuego.
Para los dos es un juego
de recién enamorados,
en un barquito embarcado
por el medio de la mar,
buscando su bienestar
por los mares que han surcado.

José Ares.

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