Me estás llamando, -Reino de León-,
al cielo rojo levantas ya tu brazo;
tienes la piel rugosa por la edad,
por tus lágrimas el cuerpo ya anegado.
Brotan el sentimiento entre las llamas,
en los montes, los pueblos y tus campos;
rielan tus pendones con el viento,
con la fuerza de corazones y tus manos.
Desde la torre del castillo de Miranda
hasta Bembibre y su baluarte amurallado,
un ejército indomable de guerreros
avanza con Dios en lo alto declarado.
Surge de la piedra la recia espada
ensangrentada, invencible de un templario.
Voces se oyen que te imploran lucha,
sacudiéndose el polvo y el cansancio.
Desde la Sierra de Francia hasta el Bierzo
se escucha hoy una voz, un único canto:
¡Levantáos, alzad el puño por esta tierra
que es religión y sagrado santuario!
¡Que los ríos no se lleven ese ansia
de reconquista de castillos y de páramos,
que no se acueste el sol con el crepúsculo
y solo el cielo se erija en vuestro amo!
Leoneses del alma, ¡Izad los pendones
con la sangre del león en lo más alto;
que en todo el Reino de León se adore
un solo dios y una patria, sin quebranto!