Abrígame en ti, Señor.
Tenme en tus brazos,
mientras veo desfilar
la mala hora.
Sostenme, como una gota
de agua que se escapa;
como si quisieras guardarme
en tus arterias,
como el interrogante de Dios
en los glaciares,
como perla refugiada
en las conchas de nácar.
¿Cómo te llamas desdén,
en estas noches?
Mañana, no veremos
el dolor de los abismos
y la sonrisa volverá en las alas,
de alguna mariposa.
L.G.