Amore, grande amore, susurraba,
mordiendo la frase contra mi cuello.
Sus manos no pedían permiso,
No dudaban, solo buscaban piel,
como si el mundo fuera ese espacio mínimo entre nuestras respiraciones.
No contesté con palabras,
No opuse resistencia,
La miré fijamente a los ojos,
y sin pensar, me dejé caer en el vértigo.