Hay cosas que pesan sin tener cuerpo,
como los pensamientos que no callan,
como las promesas que el viento se llevó
pero el alma aún custodia en silencio.
Pesan los días donde no pasa nada,
y las noches donde pasa todo.
Pesan las cartas que nunca se escribieron,
los abrazos que se pensaron y no llegaron.
Hay palabras que pesan más que el hierro,
miradas que clavan su filo sin decir nada,
recuerdos que caminan con uno,
invitados eternos en la casa del corazón.
Pesan las decisiones,
esas que cambian el rumbo de una vida entera,
y también las que no se toman,
porque el miedo a veces es más fuerte que el deseo.
Hay cosas que no se tocan,
pero viven sobre los hombros del alma:
la nostalgia, el amor que no fue,
la pregunta sin respuesta que insiste cada noche.
Y sin embargo,
entre tanto peso invisible,
existen alas:
la risa que nace sin razón,
la palabra amable que desarma la tristeza,
el perdón que limpia las heridas del tiempo.
Porque hay cosas que pesan, sí,
pero también hay cosas que sostienen,
como la esperanza que, aunque frágil,
nunca deja de levantar vuelo.