En la esquina de un café vacío,
la lluvia escribe mensajes que nunca envío.
Todo lo que toca el tiempo se tuerce,
como cables sueltos buscando luz que no encuentran.
Si algo puede romperse, ya se ha roto;
si algo puede perderse, se oculta en el eco
de calles que guardan secretos que nadie pregunta.
Y yo, caminando entre espejos rotos,
descubro que la música de la ciudad
lleva notas de error
y un ritmo que me llama a seguir.
La terquedad del universo
se convierte en canción en un acorde menor,
y aun así… quiero bailar
con lo imposible, con lo que se escapa,
como se baila sobre el filo de un sueño que cae.