Te acercas, muerte, altiva y sin demora,
creyendo que mi adiós será estridente,
que el pulso ha de ceder intransigente
y se disolverá en sombra mi aurora.
Mas ya morí mil veces, perdedora,
y para tu negocio soy mal cliente:
tu cruz me es familiar, por consiguiente,
llegaste con retraso a mi última hora.
Conozco infierno y cielo por igual,
y siempre navegué por el quebranto
a bordo de un velero de cristal.
Me desangré en mis versos: por lo tanto,
me río de tu látigo letal,
pues mi alma queda implícita en mi canto.