Tu risa se derrama en mis manos; palabras como fragmentos de fuerza y entereza, códigos que aprendimos sin tocar.
El cuerpo que habitaste se volvió paisaje secreto, y tu boca, un rio que recorro en sueños sin orillas.
Tus gestos se pliegan en la memoria; rumores que habitan el aire como hojas que nunca caen. Cada gesto tuyo es una luz que no se apaga, un pulso que persiste entre penumbras.
Figuras que se arquean; silencios que se enredan en mis miedos. La memoria los sostiene como un hilo invisible que me ata a tu contorno.
Recuerdos que se entrelazan; fragancias que laten en la distancia; sonidos de voz que se doblan sobre sí mismos y se esconden en los pliegues del tiempo.
Te diste al viento invisible, dejando atrás la huella de tu ausencia.
Queda en mí el calor de lo que fue, como un fuego que nunca se apaga; un espejo que refleja el trazo exacto y luminoso, la música callada de tus silencios, y el temblor de tu presencia respirando entre sombras y memorias.
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Rafael Blanco López
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