Paradoja del Desamor
Detesto con furia tu imprevista llegada a mi vida,
que transformó en caos mi tranquila existencia,
cambiando mis certezas por dudas y congoja,
llenando de sombras la luz que yo tenía,
convirtiendo en laberinto mi camino claro.
Aborrezco ese trato tan variable que me brindas,
pues un instante muestras calidez sincera,
y al siguiente me envías fría indiferencia,
dejando un vacío hondo en mi pecho herido,
jugando con mis sueños y mi confianza.
Me enoja que pretendas tener la razón completa,
negando que en el fallo participaste activamente,
cuando fuiste causante de tantos desencuentros,
y ahora te colocas en lugar de ofendido,
sin ver tu propia culpa en este desatino.
Desprecio aquel engaño de lealtad y apoyo firme,
que con palabras dulces lograste construirme,
haciéndome creer que eras roca segura,
pero al final has sido arena que se escapa,
dejándome a solas con mi ingenuidad.
Detesto el hechizo que trajiste a mi puerta,
esa forma sutil de alterar mis sentidos,
haciendo que mi pecho latiera con fuerza,
para luego marcharte sin razón ni excusa,
rompiendo el delicado cristal de mi alma.
Aborrezco la huella que dejaste grabada,
pues ahora comparo y nadie se equipara,
todos tienen faltas a mis ojos cansados,
ninguno tiene ese brillo que un día me atrajo,
y en mi soledad guardo tu imperfecto recuerdo.
Odio con rabia cómo invades mi memoria,
apareces en cosas sin importancia alguna,
en una canción triste, en un lugar vacío,
en el aroma leve que flota en el aire,
convirtiendo lo simple en un eco de ti.
Pero lo que más rabia y dolor me provoca,
es que a pesar del daño y la enorme distancia,
aún guardo esperanza de un mensaje o señal,
mi corazón se aferra a un futuro imposible,
y en silencio te espera contra toda razón.
—Luis Barreda/LAB