Hay encuentros que no pertenecen al azar,
sino a un lenguaje más antiguo,
uno que solo el alma reconoce.
He comprendido que nada sucede por coincidencia,
que cada mirada, cada despedida,
trae consigo un fragmento de enseñanza
escrito en un idioma que no todos saben leer.
Las personas llegan como espejos:
algunas reflejan la herida,
otras, la luz que aún no sabías que tenías.
Y cuando se van, dejan un eco,
una vibración que te obliga a escuchar tu propia frecuencia.
Quizá el destino no es una línea,
sino un tejido invisible que se mueve con nuestros pensamientos.
Proyectamos universos, atraemos caminos,
y sin saberlo, creamos los puentes
que nos llevan justo a donde el alma debe estar.
Hoy entiendo que cada paso, cada error,
cada amor que dolió y cada abrazo que sanó,
fue una sincronía divina
empujándome a recordar quién soy.
Porque nada llega antes,
nada ocurre después.
Todo se manifiesta en el instante exacto
en que el corazón está listo para comprender.