NIÑA HECHA DE NIEVE.
A la niña de los ojos cerrados.
(Juan Carlos Ayala)
Ni tú ni nadie
sabrá el color de tus ojos:
nacieron cerrados.
Podrías llamarte
María, tal vez Sara,
quizás Berta:
mi recuerdo simplemente
te llama: la niña hecha de nieve
de los ojos cerrados.
Apareciste como ver brotar
una rosa blanca de la nada:
mi alma aún tiene
tu espina clavada
y dormir, como se debe,
no puede desde que vio
tus ojos cerrados.
Ojos que nunca me vieron;
ojos que viven soñando caminos;
ojos curiosos que atravesar el velo
quisieran para ver aromas y sonidos;
ojos que algún día soñaran
con un beso furtivo;
ojos para los que el sol de marzo
es solamente un golpe caliente
oscuro, la lluvia de junio
una caricia fresca y el viento
de noviembre un beso.
Petrificada, muda, en total silencio,
mi conciencia trémula
se revuelca en su cuarto oscuro
cuando en el laberinto de la noche
la interrogante de tu vida suena.
En mi imaginación inquieta
salta tu figura serena
como un trueno que el invierno
lanza a través de un túnel umbrio,
para despertar mi yo
y pensar en ti.
Niña hecha de nieve,
cubierta de ilusiones y temores,
dentro de ti llevas
una pasión hambrienta
por ver si los aromas y sonidos
son como los piensas.
Niña hecha de nieve,
mis ojos te ofrezco,
ojos tenues,
ojos gastados
por los cuerpos de las mujeres,
pero desde que te vieron
alumbrando tu vida con tus manos,
tu nariz y tus oídos,
no pueden dormir igual.
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