LA DUEÑA DE LA VEREDA
Barre la señora la puerta de su tienda,
como si el suelo fuera suyo y el aire rentado,
lanza escobazos al polvo y a la gente,
como si la calle le debiera respeto.
Yo, detrás del mostrador, miro y callo,
acomodo las botellas, las monedas, la paciencia,
porque ya aprendí que hay días
que se ensucian más por palabras que por tierra.
La escucho renegar del sol,
del perro, del auto, del vecino,
y pienso que a veces el enojo brilla más
que el reflejo del vidrio limpio.
Barre y barre, como si así barriera el mundo,
y yo, con un nudo en la lengua,
me hago el sordo, el mudo, el invisible,
porque hay batallas que se ganan
dejándolas pasar con una sonrisa cansada.
Al final, solo queda el polvo en el aire,
ella satisfecha, yo tranquilo,
y la vereda, pobre vereda,
sin saber aún de quién es realmente.
© Corazón Bardo