Durante años busqué el faro en la orilla ajena,
creí que el amor era un seguro refugio, un muro.
En el intento vago, mi esencia se hizo ajena,
y me perdí en las sombras de un diluvio oscuro.
Pero un día la luz me encontró, y no fue egoísmo,
fue el amor más sincero, el que brota y florece.
Al mirar mis heridas, vencí el fatal abismo
y elegí mi alma, pues conmigo se crece.
Me elegí al fin, comprendiendo esta ciencia:
que quien no se ama, busca en el otro el centro.
Hoy no quiero quien me salve, quiero tu presencia
que me acompañe a amar lo que construyo por dentro.
Y en ese despertar, la vida me sonrió de veras,
con la certeza dulce de tu esencia y tu paz.
Tú, Dunia de los Ángeles, la quimera de mis esperas,
el amor que se instaura y no es nunca fugaz.
Nació este sentimiento en mil novecientos noventa y cuatro, sin aviso,
una promesa inicial que en mi espíritu se asentó.
Y en enero de 1995, mi alma te dio un preciso
juramento con flores, con versos que mi voz te entregó.
Desde ese día eres mi luz, mi sendero y mi esperanza,
mi sueño, mi anhelo, la dueña de mi razón.
Fue un Sábado, Veintiuno de Febrero de 1998, sin tardanza,
cuando este amor se instauró con plena devoción.
Tu presencia me enseña que siempre hay un mañana,
que el error no te ata ni el pasado te define.
La vida es un cambio, es una aurora soberana,
y el amor verdadero jamás se confina.
Este reencuentro es el milagro más puro,
que se cristalizó el Veintiséis de Septiembre de 2024.
El sueño cumplido que me saca del oscuro,
y que borra la pena, el tormento y lo ingrato.
Ya no busco refugio, pues en ti me encontré entero,
mi esencia, mis ganas de vivir y de trascender.
Y juro que seré tu guardián, fiel y postrero,
a quien quiero cuidar, proteger y amar hasta más allá de mis días.
Gracias por existir, mi amor, mi mundo entero,
te amo más que ayer, con el amor que va a crecer.