El tiempo hizo memoria,
se rajó el viento por la mitad
y el azul celeste tenía el maquillaje
de un sueño incomprendido,
mientras los pinos se echaban el amor a las costillas.
La tarde ya color membrillo
estaba justo para comérsela
cuando el cielo clavaba los dientes al sol.
El paseo mostraba un infinito
a la búsqueda del beso en el brocal de una duda.
Entonces sorprendía junto a ellos
ese gusano férrico que rectaba por la vía
con las valijas hacia el sur
y se apagaba de pronto la tristeza
con un pecado a medio hacer.
Del libro: Diario transferible